Para valorar al mundo hay que conocerlo a fondo. Por supuesto, se trata de una empresa titánica que solamente puede traducirse en un intento parcial. Sin embargo, conocer acerca de los detalles asombrosos de la geografía física o la humana, las maravillas de la biología o de la cultura y el arte, puede ayudar a que ese acercamiento a lo prodigioso de la realidad, sea motivante y enriquecedor para el entendimiento. Estos son algunas de tales particularidades, cosas y casos de la ciencia para despertar el asombro y la sed de saber.
Nuestro mundo
Se ha estimado que 8.5 por ciento de los habitantes de Alaska son esquimales. Es muy probable que en otros tiempos esta cifra hubiese sido mayor, sin embargo, los avances de la urbanización y la vida moderna, que se dejan sentir aún en un territorio tan libre y amplio como el de Alaska, han alterado esas condiciones demográficas. Sin embargo, es sugestivo imaginar que en su espléndido aislamiento, en su particular percepción cultural, alguna vez el mundo entero fue esquimal, para estos habitantes de la región más lejana de la Tierra.
Algo que se pierde
Un dato sorprendente acerca de la Torre Eiffel, uno de los monumentos más famosos del mundo: científicos han comprobado que esta construcción se encoge seis centímetros cada periodo invernal, debido al frío. Y así en una involuntaria metáfora, conforme se extingue en la modernidad, la cálida luz de la Ciudad Luz, su corazón, desaparece, pero con elegancia, sin dejar de apuntar a lo más alto.
Ceguera incomprensible
Los diamantes son objeto de admiración y anhelo por parte de millones de personas. La pureza que se desprende de su consistencia vítrea, transparente y luminosa, es una razón para la fascinación que despiertan. Sin embargo, estudios recientes señalan que únicamente dos de cada mil diamantes pueden ser considerados incoloros. Bien podría ser que no exista un solo diamante sin color y que únicamente por una obstinación parcializante, inédito daltonismo, se nos presenten los diamantes como objetos traslúcidos, listos para poseer, en lugar de solo, por sus matices infinitos, para contemplar.
Despedida celeste
A la luz solar le toma ocho minutos y diecisiete segundos en arribar a la superficie del planeta Tierra. A pesar de esta velocidad, quizás el último rayo del sol que sea emitido alguna vez resulte no más que un espejismo y en esos minutos de lapso, en su desplazamiento cósmico, no exista ya sino un cielo vacío y un recuerdo luminoso postrero y breve.
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