viernes, 6 de agosto de 2010

Viaje de los aztecas al país de los muertos

Una de las leyendas más sugestivas del México antiguo, es la que relata Fray Diego Durán, a partir de fuentes indígenas, acerca de la búsqueda que dispuso el emperador azteca Moctezuma Ilhuicamina para localizar la antigua Aztlán, el lugar de donde habían partido los antepasados de los mexicas. Se trata del relato de un auténtico viaje iniciático y por entre las imágenes y fantásticos sucesos que allí se relatan, se deja ver la experiencia de un evento extraordinario, difícil de comprender para nuestro actual modo de pensar. 



Comentaremos a continuación, este notable relato:

En cierta ocasión el gran tlatoani Moctezuma Ilhuicamina al contemplar a la gloriosa Tenochtitlan y los vastos alcances de su imperio, quiso saber acerca de sus antepasados. Es por eso que dispuso que un grupo de guerreros se lanzara a la búsqueda de Aztlan, el lugar desde donde partieron las tribus primeras de aztecas, quienes tras emerger de las entrañas de la tierra, en Chicomostoc, el lugar de las Siete Cuevas, iniciaron la peregrinación que los llevaría a la conquista del Anahuac, el corazón del territorio mesoamericano.



El consejero de Moctezuma Ilhuicamina, llamado Tlacaelel, sugirió al tlatoani que era mejor enviar un grupo de hechiceros, en lugar de combatientes, para localizar aquel sitio sagrado. Convino Moctezuma en la recomendación y mandó buscar por todo su reino a los mejores nauali, brujos y ancianos conocedores de las cosas ocultas. En cuanto los mejores fueron seleccionados, el emperador les comunicó su misión y les proporcionó una serie de obsequios- cacao, mantas bordadas, flores, algodón y plumas multicolor- que tenían que entregar una vez llegados a Aztlán, a la gran señora Coatlicue, madre del dios Huitzilopochtli, el colibrí zurdo, máxima deidad de los aztecas.

Partieron los brujos y en cuanto llegaron a Coatepec, el cerro de la serpiente, procedieron a realizar una serie de conjuros y rituales invocando a Huitzilopochtli. Como resultado de estas ceremonias, los brujos se transformaron en pumas, jaguares y coyotes.



Se internaron en la floresta y pronto arribaron a una gran laguna, en medio de la cual se asentaba un cerro magnífico llamado Colhuacan . Los nauali volvieron a su forma humana y hablaron con la gente que habitaba ese lugar. Todos ellos parecían muy felices, cosechando en sus chinampas y navegando en sus canoas a través de la laguna. Ellos les dijeron que, en efecto, allí podían encontrar a la gran señora Coatlicue. Aquellas personas notificaron de su visita al sirviente de Coatlicue, un grave anciano.

El viejo les preguntó acerca de los jefes de las tribus que habían partido de Chicomostoc: Tezacátetl, Acacitli, Ocelopan, Aatl, Xomímitl, Auéxotl, Huicton y Tenoch. Los viajeros aztecas le dijeron que todos ellos ya habían muerto. El sirviente se maravilló de ello: en Colhuacan todos gozaban de existencia perenne. A continuación quisieron conocer a Coatlicue. El anciano accedió y les dijo que subieran al cerro con sus presentes.



No obstante, a los brujos aztecas les fue imposible ascender con la carga de los obsequios, puesto que el cerro estaba formado por una extraña arena, en donde perdían el paso. En cambio, el viejo subió con increíble ligereza. Al final, el anciano sirviente subió los pesados regalos sin denotar esfuerzo alguno.

En cierta etapa del ascenso apareció Coatlicue. Los aztecas se asombraron al descubrir a la gran señora, la madre del dios, en la figura de una anciana espantosa, sucia y en llanto pleno. Ella lamentaba la ausencia de su hijo Huitzilopochtli, quien le había prometido volver al lugar sagrado, para acompañarla, tras haber sometido a todos los pueblos del mundo.



Los viajeros le hablaron a Coatlicue acerca de las grandes hazañas del dios colibrí capaz de llevar a su pueblo elegido, los aztecas, a la conquista de los cuatro rumbos del Anahuac. Finalmente, la gran señora, menos agitada, aceptó las ofrendas que le llevaban por parte del emperador Moctezuma Ilhuicamina.

Tras volver a solicitarles que recordaran al dios su promesa de volver con su madre, los viajeros se despidieron de Coatlicue. El anciano sirviente los acompañó hasta las faldas del cerro sagrado. Cuando descendían del cerro, los aztecas descubrieron azorados que, conforme avanzaban, el sirviente se hacía cada vez más joven. El sirviente, ahora un mancebo, les reveló que ese justamente era el secreto de la eterna juventud de los moradores de aquel sitio: transitar repetidamente a las alturas de Colhuacan, para rejuvenecer cada vez que lo deseaban.



Antes de despedirse de ellos, el sirviente les entregó presentes para el tlatoani y su consejero: patos, garzas, peces, legumbres, rosas, ropajes y mantas.

Los brujos hicieron grandes pacas de aquellos bienes y se trasformaron en animales, justo como lo hicieron al llegar a esos parajes místicos. De esta manera volvieron al cerro de Coatepec, retornaron a su forma humana y regresaron a darle cuenta al emperador Moctezuma, en la gran Tenochtitlan, de lo acontecido en su viaje al país de los muertos.



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