viernes, 13 de agosto de 2010

En los límites del silencio: el arte de Caspar D. Friedrich

El literato alemán Heinrich von Kleist describió la paradoja trágica que implica constituirse en la única chispa de vida en el vasto reino de la muerte, el centro solitario del más solitario círculo. Precisamente ese estado interior es el que se expresa de las pinturas de Caspar David Friedrich: manifiestos visuales de los anhelos humanos de trascendencia y su ansia de infinitos.



Dentro de la obra de Caspar D. Friedrich, destaca sobremanera el óleo titulado, Monje junto al mar, el cual elaboró a lo largo de los años 1808 y 1810. A continuación comentaremos algunas observaciones acerca de esta pintura, en el marco de la visión estética y existencial de su autor.

El horizonte espiritual

Monje junto al mar no comparte las características de las pinturas a las cuales se conoce habitualmente como “marinas”.Esto se explica, acaso, porque la transición del siglo XVIII al XIX generó un cambio de paradigma en lo referente a la vinculación del ser humano con su entorno natural. De tal suerte que la tradición paisajística, casi siempre menospreciada en sus alcances estéticos, por este desplazamiento de sentido, devino un recurso privilegiado para que los creativos expresaran su tortuosa fascinación por el cosmos y sus enigmas.



Friedrich logró en Monje junto al mar, expresar, de cara a la laica sociedad de su tiempo, no apta ya para las ortodoxias del arte cristiano, una poderosa intuición de la divinidad. Esta sensibilidad acerca del hondo misterio de las cosas, es más proclive en la Europa nórdica, alejada un tanto de la tradición católica. Con este paisaje, Friedrich, supo tocar la experiencia religiosa particular de esta región del mundo, inclinada a la imaginación, la abstracción y la introspección.

Friedrich destaca precisamente, por su manera de abordar una pintura religiosa, independiente y original, sin apelar a los cánones establecidos desde Roma. Los motivos que tenía este autor para proceder de tal manera, fueron más vivenciales que estéticos. Friedrich alguna vez comentó que Roma no le atraía, ya que para él era más grato vivir en el silencio, estar totalmente solo para contemplar la naturaleza y religarse con ella, con las nubes libres y  las rocas en su persistente ser. Así pues, Friedrich precisaba de la soledad para alcanzar la plenitud de su experiencia de vida.



Espejo de soledad

En Monje junto al mar se logra una valiosa conjunción entre sentimiento, estructura y tema. El autor maneja un planteamiento elemental de enfoques horizontales que se difuminan sabiamente cuando la mirada del espectador asciende, impulsada por la vertical presencia del monje, hacia el cielo transparente e ilimitado. A diferencia de la escuela paisajística convencional, fundamentada en enfoques de estratos vinculados por algún objeto diagonal y generosa en pintorescos detalles, Friedrich no nos ofrece más que una dimensión árida, monótona y sofocante de vacío. Y sin embargo, este firmamento desolado que contempla el monje, expresa más en su abandono, que cualquier otro elemento posible, cual si fuese un espejo inmenso en donde la diminuta figura del monje pudiera contemplar su interior solitario, sediento de eternidad.



El silente llamado del vacío

Una muestra del poderoso efecto que logró Friedrich en Monje junto al mar, se puede comprobar en la anécdota siguiente:

El mencionado poeta Heinrich von Kleist contempló la obra de Caspar D. Friedrich en 1810, en una exposición de la Academia de Berlín. Tanto Monje junto al mar como la sublime Abadía en el robledal (1809) le impresionaron grandemente. Kleist escribió acerca de esta experiencia estética, que, todo cuanto hubiera esperado de la visualización de esta obra, lo identificó en la relación entre él mismo como contemplador y el cuadro.

Como si Kleist se hubiera hermanado a tal grado con el monje contemplador- tan lejano, tan pequeño- que ante la inmensidad inalcanzable del panorama vislumbrado, ese cosmos silencioso y vacío, percibiese en su interior el sordo dolor inherente a la realidad, una conciencia de la limitación particular de lo humano que, paradójicamente, se torna en su particular esencia.

Kleist ante Monje junto al mar, pensando en aquel firmamento desolado, sintió la vivencia de “que ha sido necesario llegar hasta allí, que deberíamos retroceder, que desearíamos ir más lejos, que allí carecemos de todo lo necesario para vivir”.

Un año después, Kleist se suicidaría.


Basado en contenidos del libro "Interpretar el Arte" de Editorial Diana


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