El arte y en especial la pintura demuestra una valiosa característica: en cada obra contemplada el pensamiento se reconoce en diferentes maneras. Desde esta perspectiva, la pintura asume la función de un calidoscopio prodigioso, en donde el espíritu humano percibe la infinitud que le es inherente. Conozcamos algunos ejemplos de ello en los comentarios a las obras siguientes.
Elogio de la complejidad
Desnudo bajando la escalera de Marcel Duchamp, nos hace patente una singularidad no siempre fácil de percibir: la cotidianidad es algo aparente y frágil. Una acción como la de descender por una escalera implica una serie de desplazamientos, que desde cierta perspectiva se antojan ilimitados. Por pragmatismo, vital incluso, la conciencia condensa esta acción y la asume como algo efímero y poco trascendente. Sin embargo, por poco que se profundice en la mecánica honda de las cosas, se podrá apreciar que la realidad es una entreveración de procesos, que apunta a dimensiones inexploradas y cautivadoras. La escalera de Duchamp señala la trayectoria que hace el espectador hacia la vastedad inagotable de su propio ser.
La unión hace la fuerza
Manifestación patriótica de Giacomo Balla evidencia la maestría de los mejores puntillistas. Pero además, desde cierto enfoque, expresa la importancia que tiene la pluralidad en las sociedades modernas. El artista italiano quiso capturar el juego luminoso y cromático, dinámico y grácil, de unas figuras en marcha. Para ello, ha optado por esenciar en diminutos núcleos todo el movimiento y la vitalidad asociada a esta escena tan común en las grandes metrópolis. Por esa razón, los manifestantes retratados por Balla son, más que los modelos, esos brillantes puntos de color. Únicamente en su pluralidad cobra sentido el mensaje de su exhibición. Una sola voz puede escucharse pero solo es comprensible aquello que se expresa, superando la uniformidad, en la diversidad más viva y libre.
La tarea del pensar
En las obras de Victor Vasarely, tal y como sucede en Vega 200, se hace experimentable la lúdica propuesta del Op Art. Pero más allá de apelar al disfrute ornamental o al virtuosismo de diseño, las obras de Vasarely implican un desafío al espectador. La dimensionalidad que se logra en esta pintura es un derivado directo del pensamiento. Vasarely ha sabido incitar a la percepción a construir espacios virtuales con una inteligente arquitectura de figuras geométricas e hipnóticos colores. Así como se forjan estos mundos en el vacío, así se construye la fáctica realidad: pensar las cosas implica una voluntad estética, un ejercicio creativo del entendimiento para forjar el espacio de su propio despliegue. En Vasarely los límites del mundo sonríen a su reflejo en paciente contemplación.
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