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jueves, 28 de octubre de 2010

Franz Kafka, la escritura como metamorfosis

Franz Kafka nació y creció en el entorno de los judíos alemanes, en la ciudad checoslovaca de Praga. Las circunstancias de su vida orillaron a Kafka a estudiar leyes y a trabajar desde la juventud, en varias oficinas, siempre bajo el yugo de un padre que no supo percibir la grandeza interior de Franz, miopía intelectual que incluso le llevó, incluso, a denostar la labor literaria de Kafka. En los casos de inusual similitud entre las personas y los insectos, en el marco de sociedades opresivas y de burocracias absurdas, se habla de situaciones kafkianas. Émulo de visionarios como William Blake y maestro de talentosos escritores, como Andrea Camilleri, Kafka se perfila como alguien que hizo de la escritura una metamorfosis interior, sin tregua alguna.

Kafka: metaforfosis de escrituras

Son muchas las referencias a Franz Kakfa en la ciudad de Praga. La parafernalia y los souvenirs dedicados a su figura es ingente: se ofrecen botones, postales, biografías e incluso un recorrido turístico que nos conduce a todos los lugares más significativos de la vida de Kafka, de ese auténtico hombre del subsuelo, cuya única meta al escribir era una metamorfosis negativa que lo hiciera desaparecer en el anonimato literario, sin dejar rastro alguno.

De la misma manera en que Fernando Pessoa es un referente de la lusitana Lisboa, James Joyce lo es para Dublín y Andrea Camilleri lo es para Turín, Kafka se encuentra ligado a la checoslovaca Praga como una tortuga visionaria a su laberíntica concha. Un laberinto como los de Borges, pero de una belleza tal que despertaba en el autor de La Metamorfosis, una melancolía indecible. Ese era Kafka.

La literatura convencional de su tiempo, dio un vuelco completo en las obras de Kafka, aquel que tuvo una bibliografía tan parecida a su propia biografía: en un entorno literario naturalista en donde el tiempo lineal y la descripción superficial de los acontecimientos era lo imperante, Kafka en cambio, exploró los ínferos de la individualidad y las metamorfosis de lo subjetivo frente a una trascendencia inalcanzable.

El espacio relativo, el universo interior de los individuos del siglo XX tuvo por fin una maniesfación sui generis en la pluma de Franz Kafka. Como en el caso de los poemas y las pinturas de William Blake, para Kafka el espacio asume la forma de una sólida entidad en donde se pueden hallar secretas puertas. Tal y como sucede en los espacios de otredad ilustrados por Blake, o en las situaciones inverosímiles descritas en las obras de Andrea Camilleri, estos huecos en la realidad cotidiana de Kafka pueden conducir a cualquier dirección y dimensión. La realidad en su conjunto experimenta, bajo la visión de Kafka, una metamorfosis absoluta, y como resultado, las coordenadas del espacio y del tiempo se fragmentan, se alteran, y la opresiva tiranía burocrática del sentido común se revela como limitada, relativa: acaso el Castillo nunca pueda ser alcanzado por K, pero queda el consuelo de saber, de expresar, que ese Castillo no es más que la imagen de su propia imposibilidad.

Kafka:  la realidad propia en metamorfosis

La obra más famosa de Franz Kafka, La Metamorfosis, nos cuenta la inverosímil situación de Gregorio Samsa, quien en cierta ocasión despierta convertido en un colosal insecto. Samsa, un trasunto del propio Kafka, acaso nos comparta, allende su aciago destino, que la realidad tiene en el absurdo, en la conciencia de él, una vía de escape que nadie ni nada nos puede quitar, ni siquiera la vacía certeza de su propia insuficiencia.



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